La plazuela Chile era donde vivía los Baldeón, Alfredo y sus amigos acostumbraron a bañarse en la ría desde donde vieron partir hacia Esmeraldas al buque de guerra “Cotopaxi”. Cuando Alfredo tenia 15 años decidió ir a Esmeraldas a combatir junto a los negros y las tropas revolucionarias de Carlos Concha en contra del gobierno para vengar la muerte de Eloy Alfaro y sus líderes. Juan su padre decía que el viaje de el comparado con el de su hijo, lo hacia por medio a lomo de mula de los arrieros que venían de la Costa, Alfredo descansaba en el lomo de tortuga de la canoa volteada. La corriente verde oscura se iba lenta. El caucau gritaba en los guaduales de las orillas. A cada instante se secaba el sudor con el brazo. El sol lanzaba sus arpones casi horizontales entre los empenachados troncos de la caña brava.
En las canoas que remontan el río, en las chozas de las vegas, en los muelles y balsas, el "Canto de Fabricando" vibró sus carajos de promesa y amenaza. ¡Cuántos bejucos les habían dado! Les descueraron las pardas espaldas. El negro es negro para que trabaje y para patearlo la negra es negra para tumbarla y hacerle un mulato. Eran esclavos antes, hoy les enseñaban de filo los ojos, los dientes y los machetes. Al siguiente anochecer volvieron a pasar por la playa de la matanza. Al pie del cerro en tinieblas blanqueaba el arenal, sembrado de bultos informes. Se oía el sordo remover de las quijadas de los perros y sus gruñidos. Aleteaban gallinazos pululantes en la penumbra ciega. Arriba la selva de guayacanes y guarumos se remecía sedosamente.
Alfredo después de su viaje regreso a la cuidad de Guayaquil llego enfermo de paludismo y beri- beri, en sus sueños recordaba los juegos cuando salía con sus amigos de barrio, tanto en la Artillería como en la plazuela Chile, se dio cuenta que ya era todo un hombre ya había peleado en la guerra y acostaba con mujeres, afiebrado recibió la visita de su amigo de la infancia Alfonso Cortez quien era un trabajador de la panadería de su padre.
Alfonso y Alfredo fueron a visitar a las Montiel amigas de las hermanas de Alfonso (Margarita y Felipa) quien a pasar fueron enamorados, Alfonso alcanzó a ver a un muchacho de unos diez años, sin zapatos, haraposo y con el pelo greñudo y revuelto. Las chiquillas se entraron y los dos amigos volvieron hacia sus casas. Emilio el hermano de ella apodado como “Malpuntazo” les descubre besándose y amenaza con avisar a la madre.
En otra visita a las Montiel fueron al cine que era una novedad en la cuidad, se llamaba el “crono proyector” que funcionaba en un enorme canchó rodeado de alambre de púas, había cientos de sillas, adelante un telón y una pianola, pasaban cintas del momento como la de Charles Chaplin. Alfonso se entero que Moncada su antiguo amigo de la infancia quien se apodaba la “Víbora” le rondaba a Margarita su enamorada en la cual le desafió a pelear donde todo el barrio sabia el acontecimiento, Verrugate un estibador se enteró y asumió la responsabilidad de ponerlo frente a frente en donde Alfonso llevó la peor remontada de Moncada ya que era mucho más corpulento viendo que su amigo estaba derribado Alfonso pensó en Margarita en con que cara volvería al barrio. Emilio se acercaba blanqueando más el ojo y una voz de chico gritó: ¡Ah, Malpuntazo, ya ganó la pelea tu cuñado!.
CAPÍTULO IV
LOS APUROS DE MANO DE CABRA
El tarro de hojalata del esmeril cayó al suelo y el pequeño ruido, aun entre la bulla del taller, hizo girar el cuello de vasta papada, de Mano de Cabra. El aprendiz Daniel, que, sobre un banco restregaba con la pomada una pieza de acero, se agachó azorado a recoger ello lo salvó de una rotura de cabeza, pues una llave de tubo volaba hacia él por los aires, juntamente con la carretada de maldiciones del maestro.
Que en Juján fue contagiado de garrotillo por una meca, por lo que fue traído de Guayaquil, aquí se sano, pero quedo capado. Que no era maricón porque si tenia mujer, ella le pedía sexo, pero no podía hacer nada. Alfredo sin necesidad de sacarla a cuarto, llego a hacerla suya a Felipa. Alquiló un cuarto en calle Santa Elena en donde pasaron buenas horas. Que lo mismo debió hacer Alfonso quien después de la pelea se separó de Margarita. Pepina Albert era otra buena amiga de Alfonso era hija de su profesor de música en el colegio. El pensaba que es su coqueteo, ella se le estaba declarando, Simpatizaban por afición a la música. Narra acontecimientos relacionados con los trabajadores de Mano de obra quienes decidieron reunirse para hablar de la situación de ellos en el taller y planificar una huelga por haberse rebajado los jornales. Él sabía que también le pretendía Darío un chofer vecino mucho mayor que ella.
CAPÍTULO V
LA HERMANA
Era época de carnaval. Paca jugaba con su hermano Alfonso y Carmela se quejaba ante su madre del encharcadero que hicieron. Alfonso y Alfredo fueron a seguir el juego en casa de las Moreno, primas de Alfonso, por ser hijas de Enrique, hermano de su madre, María, Gloria y Piedad les empastelaron de mixtura, polvo y agua. Felipa reflexionaba de la traición de Alfredo. En la cuidad se veía pasar los tranvías eléctricos, las mulas halando los carros, la gente que entraba a los cines, dirigirse a los bailes a pasear en automóvil. Margarita recodaba la golpiza que había dado Alfonso a Moncada. Al único hombre a quien ella querido era Cortés, la primera noche cerró los ojos y pensó en el quien se le echaba encima y no Moncada.
La madre le hizo saber que Ignacio Mora, hijo de la señora Tomasa se había matado de un tiro porque su mujer Teodora le traicionaba con los vaporinos y fleteros cuando el iba a pintar. Habían traído el cadáver desde la calle Maldonado donde vivían hasta donde doña Tomasa ella era una viejecita trigueña y fina que olía a bondad. Era la madre de Ignacio llamo a su comadre Jacinta para que fuera a avisar a la familia Villafuerte y la familia Lara, a quienes ella lavaba la ropa, Margarita regreso al cuarto y se acostó a dormir. Un escalofrió paralizaba a Margarita que se ahogo en sollozos.
CAPÍTULO VI
EL SEGUNDO VIAJE DE ALFREDO BALDEÓN
Era época de carnaval. Paca jugaba con su hermano Alfonso y Carmela se quejaba ante su madre del encharcadero que hicieron. Ellos fueron a seguir jugando en casa de las Moreno, primas de Alfonso por ser hijas de Enrique hermano de su madre, María, Gloria y Piedad les lanzaron de mixtura, polvo y agua. Felipa lloraba a moco tendido, porque Alfredo andaba con Leonor. Apareció Margarita, hacia más de un año que despareció Moncada. Venia dispuesta a quedarse en casa de su madre, la unión con jacinto fue un fracaso.
Las primas de Alfonso invitaron a su madre y hermana a la hacienda de ellas, desde carnaval el se enamoro de Gloria. Enrique hizo un acercamiento con su hermana y sobrinos donde Alfonso se volvió asiduo a la casa de sus primas a charlar, tocar el piano, leer novelas y jugar dominó. Gloria era muy cambiante se decía que por días era muy cariñosa, tiernas y hostil y otros aburrida, lejana o tímida.
Alfredo fue a casa de Alfonso, venia a despedirse, se iba a Lima con su tío Miguel que trabajaba a bordo.
Leonor recordaba como Alfredo la besaba y sus manos buscaban sus senos, Ella lloraba y su madre la consolaba. Le pedía que se enamore de Darío que es un hombre serio.
CAPÍTULO VII
INTERMEDIO DE AMOR Y DE RECUERDOS FELICES
Al paso del tranvía, Alfonso ley2o un cartel que decía
¡que viva Tamayo!
Caminaba y se encontró cara a cara con Violeta, el venia de su oficina en donde trabajaba diez horas diarias en su máquina de escribir, desde el principio quiso alejarse de Violeta y no pudo. La invitó a comer chirimoyas en el mercado sur junto a la avenida Olmeda.
El padre de Violeta era un alto empleado de banco. Vivian bien Alfonso iba a visitarla y tocar piano, toco una serenata de Shubert que su madre le gustaba cuando tocaba el piano que tuvieron que vender por la enfermedad de su hermana Carmela, con e maestro Odilo Aguilar, violinista y Alfonso en la guitarra llevó una serenata a Violeta, a pesar de la oposición de la familia de ella a sus amores, el recibió una carta.
Donde decía “no puedo vivir ni pensar solo tu ocupa mis pensamientos, sin tu amor no podría seguir” te beso muy despacito- Violeta.
Violeta y Alfonso se encontraron el silencio ella recordaba los viejos recuerdos de su niñez vivencias de la hacienda que su madre administraba, los perros que cuidaban su casa. El recordaba cuando acompañaba a su madre a la iglesia de la Catedral, el hombre que pasaba en su casa, a su madre Leonor que cosía en su vieja “SELECTA” mientras tocaba el piano La Marcellesa.
La noche venía hacia ellos por el balcón, en densa humareda. Ventanas, tiendas, cuartos, rega¬ ban abajo hileras de luces de interior. De nuevo envolvía a Violeta y Alfonso la onda de vida, de otras vidas, que juntaban también las suyas, deshaciendo la soledad de las almas en el latido unísono de los corazones.
"Violeta, las cosas tienen alma, tienen vida..." Las hermanas le hacían bromas, asegurando que había cogido al hablar, el acento de él nervioso y veloz. —¿No tocas piano? La música vino una vez más a identificarlos ardientemente.
CAPÍTULO VIII
LOS BARRIOS SILENCIOSOS
Doña Petita cuando recogía la ropa almidonada como de leche, recibió la visita de su comadre María madre de Moncada que venia a que interceda por su ahijado Jacinto Moncada que estaba preso, para que no le manden a la colonia presidaria de Galápagos o a la cantera a picar piedra y que lo iban a retratar entre los mañosos.
Petita era muy joven cuando se meto con pareja, el era blanco, rubio de ojos aleonados mientras que ella negra carbón desde entonces andaba con una enorme muleta, era corpulento, vestía saco café, pantalón blanco y sombrero, los domingos sacaba a pasear a Juana de Jesús su mujer y a los chicos.
Los bachiches de La Florencia no iban a dejar en el barrio casa o solar de que no se apoderaran. Apenas compraban una más, la hacían pintar de color chocolate, producto que elaboraban. E iban ganando esquina tres esquinas, los pardos edificios y cercas.
Alfredo de regreso de Lima de dos saltos traspuso la plancha lentamente se arrimaba al muelle el cuerpo de la ballena muerta del pailot vio a su viejo con la cabeza mas gris, a su hermana Flora espigada a Juancito hecho un hombre y la Magdalena gorda. Alfonso con la barba fuerte, rasurada, también él se había terminado de construir hombretón con pectorales bombeados, se despidió de su tío deseaba trabajar con su padre en “La Cosmopolita”. Alfredo camino en su antigua casa recordó el pasado y vio a la Señora panchita pensando que era su mujer blanca Victoria.
CAPÍTULO IX
PUERTO DUARTE
Antonio acompañado de Alfonso y Violeta acudieron a la escuela para presenciar el examen de Carolina su esposa, quien enseña el primer grado, Alfonso quedo impresionado de la manera efectiva de enseñar de Carolina, Antonio hablaba de sus preocupaciones la política del país, la actividad obrera, la miseria de aquel año. Amaba esta tierra y su pueblo sufrido los estragos de la primera guerra mundial en Europa había caso como chispasen América ese año (1921) Antonio presagiaba terribles en la cuidad debido a la crisis.
Al transcurrir los días sus amigos del taller de mecánica, así como el Pirata, Meza, el tímido Daniel y hasta el Maltapuntazo que envidiaban los cuerpos de matapalo grande de los cacaoteros. Las cigarreras también habían plantado el martilleo de las construcciones calló.
Exclamaron ¡todos ante la vida esclava, los salaros y el hambre levantan la voz y la mano exigiendo vivir! En la planta eléctrica y la de gas de pararon. Alfredo decidido ir hablar con los de su gremio golpeo la puerta de la chingana de normaliza, allí se reunían los panaderos a jugar y a tomar café al salir con desvelados ojos de lechuza.
CAPÍTULO X
FUEGO CONTRA EL PUEBLO
Alfredo estaba sentado en la mesa del comité de huelga representaba a los de su ramo, la reunión era dentro de la sociedad de cacaoteros “Tomas Briones” y fuera en la oscura plazoleta de san Agustín la muchedumbre se estriaba de impulsos, con la unanimidad de las espigas de arroz en las vegas, Alfonso como gato en tempestad estaba con sus ademanes espantadizos y seguros. Antonio una vez dijo que el pueblo es fe cuándo las palabras del pueblo y la libertad las prendió en los libros de Montalvo. La agitación se prendía en encontrar a la patria en el pueblo, su amugo Baldeón dijo alguna vez en su vida ¡Los que se avergüenzan de ser pueblo, no son hombres! .
El capitán Mora veterano de los combates de Tumbes y el oficial Recalde escucharon el contenido oficial llegado del Ministerio que leyó el general Panza, Gabriel quería intervenir para hacerle cambiar de opinión al superior, cogió del brazo a Mora. Cuero duro se acordó de ir a comer en la chingana de la viuda de Garrido quien le sirvió lo que había solo las tres cositas de Piura pan, queso, y raspadura, oyó las rachas de tiros que aparecieron por el Paseo Montalvo, los rurales colgaban a los peones de los dedos, quemaban chozas. Era increíble los sucesos que el gobierno ordeno a dar bala al pueblo, aconsejaron a todos a no salir, pero Alfonso debía avisarle lo sucedió a Alfredo.
CAPÍTULO XI
EL ULTIMO VIAJE DE AFREDO BALDEÓN
Alfredo se hamaqueada en su rancho de Puerto Duarte, lo atrajo por el talle, Leonor le hundía los dedos en el cabello, los grupos panaderos recorrían los locales, cuidando que no se metan. Alfredo oyó el aullido de los perros mal agüero. Alfredo estaba dispuesto a irse a vivir al monte con su mujer, ir a Daule, pero sería después que nazca su hijo, el Samborondeño lleno Alfredo ya que sus compañeros lo mandaron a llamar su esposa preocupada le pregunta si regresara, pero lo único que hace es mirar el vientre donde se encontraba su hijo, los obreros le aguardaban en la esquina de la Florida del Guayas adentro estaban los rompehuelgas y pacos con rifles.
La tropa llegaba dispararon a tres pasos de Alfredo donde el lleno de valentía se puso a competir el solita contra treinta donde solo pensaba en su hijo quien posiblemente no llegaría a conocer, Alfonso no paraba de buscar a Alfredo donde una vez que lo encuentra ve que se le sale sangre por la boca y es así como el 15 de noviembre y la lucha de Alfredo queda grabado como la mordedura de hacha en el tronco de guayacán, los lustros ampliaran su huella en las capas de nuevos años , a las cinco de la mañana lo enterraron en el cerro.
CAPÍTULO XII
LA ESPERANZA
Alfonso viajo llevando a su mamá, hermanas todas las mañanas desde que retornaron, dejaba a la mama con los nietos y salía a sentir la ría a la rotonda que con sus follajes reemplazaba el malecón pedregoso de antes, el cisco de carbón de las callejuelas coloniales del barrio Villamil. Se habían robado el viejo Guayaquil que dibujo Roura Oxandaberro.
Tampoco quedaban nada de las quintas, hoy evocaba el salvaje atractivo de los barrios esclavos denominados amos, También como un sueño se había borrado la lengua.
La cuidad contaba con cincuenta manzanas centrales unos cuantos parques, muelles y algunos edificios de mampostería, seguir achatada es covachas y casuchas, sin agua y azotada de pestes. Subsistían intacto los tugurios de donde salió a reclamar pan y a recibir plomo el pueblo ceñudo e ilusionado el 15 de noviembre de 1922. El Guayas hinchaba su rugoso lomo de su variante corría a volverse amarga y pura agua de océano. De repente por el extremo de los muelles, Alfonso vio un grupo de negras cruces se erguían flotando sobre boyas de balsa, eran altas donde debajo de ella había cruces de cientos de cristianos de una mortandad que hicieron hace años donde las cruces muestran la ultima esperanza del pueblo ecuatoriano.